martes, 12 de abril de 2016

Olvidado. Esa es la palabra. Ni el sol amanece en mi ventana después de aquella tarde de dulces. Una curiosa mesa la de aquella cafetería, donde me veía reflejado y apenas me reconocía. Lo triste fue descubrir la respuesta a la pregunta que me había planteado. Y lo mejor: no tuve que adivinarla. De lejos te vi. En medio de aquel banco. No estabas solo, te veías bien acompañado. Pero resultó que tu compañía fue algo más que una simple amistad y entonces se dibujaron dos lágrimas totalmente opuestas: unas cargadas de alegría al ver, de una vez por todas, que eres realmente feliz, que la línea que se dibuja en tu cara es símbolo de felicidad. Sin embargo, otras lágrimas llenas de odio, rencor, engaño, sed de venganza fluían de manera constante. Todas mis hipótesis fueron ciertas. Y mi corazón se pudrió en lo más profundo de un glaciar y así quedaría para el resto de mi vida: frío como la escarcha. Sin sentimientos. Aquella estaca clavada en él fue devastadora. No sabía, hasta día de hoy, que una persona pudiera enamorarse de dos corazones. No sabía que estaba agarrando los brazos que me dejarían caer por aquel acantilado.

Faded.

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